Autor: Gerardo González Núñez
La infección en la economía global
Cómo era lógico, la economía mundial también se ha “infectado” con el COVID – 19, “infección” que se potenció con las medidas implementadas para detener la pandemia.
El primer epicentro de la enfermedad fue China, país que juega un papel estratégico en el sistema económico internacional. La nación asiática garantiza el 18% del Producto Interno Bruto mundial, el 25% de la manufactura global y el 30% de la producción tecnológica, además de que es un fuerte emisor y receptor de turistas. Esa centralidad la ha convertido en un vértice esencial de interacción con el mundo, lo que explica la rápida propagación planetaria del virus y los efectos económicos que está provocando. Estos efectos se incrementarán desde el momento en que el epicentro de propagación se ha movido hacia a Europa y a los Estados Unidos.
Las consecuencias económicas comenzaron por la caída de los niveles de producción, con importantes disrupciones en las cadenas productivas globales, con cierre de empresas que trajeron desempleo, disminución de los ingresos, con la consecuente caída de la demanda que se ha resentido también con la baja del consumo por la cuarentena social aplicada por muchos gobiernos. Se han afectado dramáticamente sectores como la aviación, el turismo y el comercio. Al caer la actividad productiva global, los precios de las materias primas han bajado significativamente, sobre todo el del petróleo, que al momento de escribir este artículo había descendido por debajo de los $30 USD el barril, lo cual no deja de ser un alivio para las economías importadoras de crudo. Esto se ha unido a un desplome en los mercados financieros debido al pánico de los inversionistas.
En general, los efectos económicos se han producido tanto del lado de la demanda como de la oferta y provocarán una recesión global. De acuerdo con la Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo (UNCTAD) el mundo perderá en el 2020 más de $3 trillones de dólares en ingresos, siendo los más perjudicados los países subdesarrollados. La magnitud de esta recesión dependerá del tiempo en que se demore controlar la pandemia y del plazo que les tome a las economías en volver a la normalidad.
Los gobiernos han empezado a diseñar y aplicar medidas dirigidas a mitigar el impacto social y la caída del crecimiento. Al igual que en el frente de la salud, las políticas se han adoptado pensando en la defensa de los intereses nacionales, ya sea domésticos como geoeconómicos, como el caso de Rusia que se negó a bajar su producción de petróleo como opción para estabilizar los precios mundiales del crudo.
En el plano doméstico, el arsenal de medidas que se ha apelado ha sido de corte monetario y fiscal, dirigidas a bajar las tasas de interés e inyección de liquidez para apoyar el sector de la salud y a los bolsillos de los consumidores, tanto a la población como a las empresas.
Es muy positiva esta respuesta, pero su efectividad hay que evaluarla con cautela. Las medidas van dirigidas principalmente a apuntalar a los trabajadores afectados y en general a apoyar la demanda, pero hay que entender que no toda la caída de la demanda se debe al desempleo provocado por la parálisis empresarial. Hay un componente que tiene que ver con la cuarentena social decretada o autoimpuesta por las personas ante el temor al contagio. Mientras que existan esas cuarentenas, las personas y empresas no estarán estimuladas a invertir o a consumir, no importa las medidas que se apliquen en esa dirección. Por ello será decisivo implementar otros paquetes de estímulos en el momento en que los países comiencen la fase de la recuperación, que es cuando podríamos ver resultados económicos más tangibles. Estos nuevos paquetes deben enfocarse a estimular la demanda y la oferta por igual, es decir, ayudar a las empresas a crear las condiciones para que la producción se recupere lo más rápido posible, con lo que se estarán reestableciendo los empleos.
Las ensañanzas de esta pandemia
Al ser el coronavirus una amenaza global, se requería de un esfuerzo y coordinación global para enfrentarla con eficacia. Sin embargo, las respuestas que han surgido hasta el momento han sido unilaterales y dispares. Ante la incertidumbre que genera el poco conocimiento que se tiene aun de la enfermedad, las estrategias que han implementado cada país la han aplicado de formas y ritmos diferentes, como, por ejemplo, el control en fronteras sin tomar en cuenta el impacto en otras naciones. Primera enseñanza: en la unión está la fuerza.
Hay que ir pensando en una nueva visión de salubridad mundial, que enfatice más en los componentes de prevención y que se enfoque en el fortalecimiento del sistema inmunológico humano, primera línea de defensa contra enfermedades de tipo viral y bacteriana. Igualmente, se necesita privilegiar las investigaciones para la detección de nuevos patógenos y la creación de vacunas, medicamentos y procedimientos terapéuticos que contribuyan a combatir los mismos.
Ante el surgimiento en los últimos 40 años de nuevos virus como el HIV, el H1N1, el SARS y ahora el COVID-19 y la reaparición de enfermedades que virtualmente habían sido radicadas o contendidas mundialmente como la influenza, el colera, la malaria y el ébola, se requiere privilegiar el componente de salubridad en las estrategias de desarrollo de los países, teniendo como paradigma de que contar con acceso universal a un sistema de salud de excelencia es un derecho humano tan legítimo como el derecho a la libre expresión.
También hay que pensar en darle espacio al multilateralismo en el enfrentamiento de las consecuencias económicas globales en amenazas similares, porque esta no será la última que la humanidad vivirá. No todos los países tienen la misma capacidad financiera y de recursos para combatir amenazas como la de la pandemia del COVID – 19 y, por lo tanto, si reconocemos que la economía funciona como un sistema, no podemos dejar de lado a ningún componente del mismo si queremos que el sistema económico internacional se mueva en la dirección del crecimiento.